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Alexis

Escribí este texto hace dos años y medio. Entonces tenía 28 años y no era 6 de diciembre. Nunca lo llegué a publicar. Hoy, por muchas cosas, el aniversario me ha caído como un rayo encima y, contradiciendo al último párrafo que escribí entonces, he decidido publicarlo ahora sin editar nada. No me veo capaz de reescribir ni una coma.

Recuerdo que aquella misma semana habíamos estado en un acto de la coordinadora estudiantil de Madrid hablando algunos compañeros sobre el asunto de Grecia. Era Diciembre de 2008 y éramos la última promoción de la Universidad Complutense que cursaría sus estudios dentro del plan de Licenciatura, antes del paso a Grado y el Plan Bolonia. Fue un año de movilizaciones y luchas desesperadas ante una guerra que ya sabíamos perdida. La coordinadora nos reunía con estudiantes aún en lucha en facultades donde los nuevos alumnos ya entraban con el plan nuevo, muchos de ellos desanimados y a punto de darse por vencidos. Mientras tanto, en Atenas, el movimiento anarquista hacía músculo en diversas jornadas reivindicativas. Se hablaba de barrios enteros que habían quedado en manos de los movimientos sociales y los colectivos anarquistas, incapaces las fuerzas del estado griego de imponer su violencia sobre ellos.

Era sábado y hacía frío, y os mentiría si dijera que recuerdo dónde estaba o qué estaba haciendo. Era sábado 6 de diciembre. En aquellas maneras arcaicas que eran los blogs, los foros y los sms comenzaron a llegar mensajes sobre que habían matado a un chico en Grecia. Recuerdo buscar la noticia, el cinismo en los medios. “Ha muerto un joven ateniense”. Había muerto, fulminado por la fatalidad, ejecutado por nadie. No es que la pistola la empuñasen unas manos con nombre y apellidos, con placa y uniforme. No es que formase parte de una labor represiva organizada que simplemente, se fué ligeramente de las manos. Se había muerto, y punto. Un accidente.

Me pasé toda mi adolescencia de formación política escuchando hablar de Carlo Giulliani. Él también se murió, accidentalmente. Un arma se disparó y un coche le pasó por encima. Fue en una manifestación, y fue un accidente. Carlo era un símbolo, una leyenda, un nombre que ponía los pelos de punta. Un fantasma como tantos otros, un mártir. Cuando a Carlo lo mataron yo tenía 10 años, y no sabía qué era el G8 ni la globalización, ni había estado nunca en una manifestación. No recuerdo su muerte, para mí siempre era un acto conjugado en pasado. Carlo tenía 23 años cuando un policía italiano le disparó con un arma de fuego mortal, para posteriormente atropellar su cuerpo maltratado sobre el asfalto para acabar de firmar la ignominia.

Pero Alexis era otra cosa. Hacía menos de un mes que había estado hablando, más en broma que en serio con algunos compañeros, de la posibilidad de ir a Grecia a ver lo que ahí ocurría. A participar en unas manifestaciones que anticipaban la durísima década que se le venía encima a Grecia y al resto del Mediterraneo. Y de pronto, estaban matando a la gente. No solo a la gente, a nuestra gente. A la gente a la que admirábamos por su compromiso, a la que animábamos desde las precarias redes de entonces. Estaban matándolos. Recuerdo ver la imagen, la que se hizo famosa. Salía Alexis, 15 años, con una camiseta de los Sex Pistols.

Os mentiría si no dijera que lo que más me compungió fue la camiseta. Porque yo tenía una muy parecida, negra y amarilla, comprada en el Rastro. Así funciona el imperialismo, al final ese chico de 15 años que ni siquiera usaba el mismo alfabeto que yo tenía la misma camiseta que yo había comprado en el Rastro. Le disparó un policía, le disparó a matar en defensa propia. Un hombre armado, con placa y uniforme, disparó en defensa propia a un niño de 15 años con la misma camiseta de los Sex Pistols que tenía yo. Con el mismo pelo rizado y revuelto que tenía yo. Yo acababa de cumplir los 18 años. Él tenía 15. Le dispararon en defensa propia porque los adolescentes con camisetas de los Sex Pistols somos temibles y peligrosos. Para eso nos las compramos: para advertir que somos un peligro. ¿Qué esperabas?

El policía que disparó en el pecho a Alexis fue condenado a cadena perpetua. En 2014 seguía recibiendo una paga del estado griego como ex-policía. El compañero de patrulla, acusado de cómplice, cumple una sentencia de 10 años que acabará pronto. Él también siguió recibiendo una paga del estado, a pesar de haber sido condenado por permitir y encubrir el asesinato de un adolescente. Como anarquista, estoy seguro de que Alexis no estaría satisfecho. Tampoco lo estaría Carlo, ni lo estoy yo, ni lo está nadie. No hay forma en la que liquidar la libertad de un individuo nos resarza por el asesinato de otro. Tampoco sirve de nada. El alcalde de Atenas en 2008 es ahora tertuliano televisivo desde que perdió el ayuntamiento de la capital griega en 2010. Los jefes de policía, los líderes políticos, las personas que estaban detrás de la placa y del uniforme, siguen ahí, mientras Alexis ya no está.

A cientos de kilómetros de distancia, al otro lado del continente, yo no podía dejar de mirar su cara. Su foto. Le mataron por tener 15 años. Por ser anarquista. Por tener una camiseta de un grupo de punk. Por manifestarse. Por no aceptar el orden establecido. Le dispararon al corazón para que no pudiera desafiar al poder nunca más. Su muerte agitó el ambiente, y 10 años después todavía me pone la carne de gallina ver su foto.

Un mes antes de la muerte de Alexis habíamos celebrado en la facultad un homenaje a Carlos Palomino, asesinado en Madrid por un militar neonazi. Carlos tenía 16 años, uno menos que yo, y se dirigía a una manifestación a la que iban un montón de amigos míos. Yo no fui porque tenía un compromiso familiar. Mataron a Carlos de una puñalada en el corazón en el Metro de Legazpi, por ser antifascista, por mirar a la cara al nazismo y decirle que no. No me gustan los mártires. Creo que es imposible conectar con un martir. Para mí Carlo siempre será un mártir, una figura mitológica. No quiero que Alexandros se convierta en un mártir para nadie. Es algo personal para mí, de una forma íntima y algo vergonzosa, como si le conociera porque teníamos la misma camiseta. Porque yo tenía 18 cuando él tenía 15. Porque los dos tenemos el pelo rizado. Porque le mataron por todas las cosas por las que me podrían haber matado a mí o a cualquier de mis amigos si hubiéramos estado allí.

Podría haber esperado a que fuera 6 de diciembre para publicar esto. Esperar a la oportuna efeméride, al socorrido aniversario. Sería mentira, porque no me acuerdo de Alexis el 6 de diciembre, sino que lo hago muchos días al año. Cada vez que voy a una manifestación, cada vez que veo a un policía, cada vez que me mira alguien con una pistola y un uniforme y me pregunto cómo voy vestido, cómo llevo el pelo, si ahora, con 28 años, soy más o menos peligroso que cuando tenía 18, o 16. Me acuerdo de él casi a diario, y por eso sigo creyendo en lo mismo en lo que creía entonces.