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Doom Patrol: cuando los superhéroes maduran de verdad

Mientras todavía se enfrían las ascuas de las reseñas periodísticas sobre The Boys, decidí que me apetecía algo más de superhéroes y me animé a darle una oportunidad a Doom Patrol. Reconozco que no soy aficionado al equipo en su encarnación impresa, y tras el regusto desagradable que me había dejado la serie Titans, me quedé sin muchas ganas de saber nada de ella. La insistencia de algunos fans ha sido clave para que finalmente me acerque a verla, siempre desde un gran escepticismo. Y lo cierto es que da la impresión de que Doom Patrol fue una cosa durante su presentación y una distinta durante el proceso siguiente. Así, buena parte de la estética, el discurso de su primer capítulo o el opening de la serie nos dan a entender que se va a tratar de una serie con tintes de terror y misterio protagonizada por otro grupo de cínicos y trágicos héroes. En ese sentido el tono es similar, incluso más oscuro, que el de Titans, y eso fue lo que me echó atrás en un primer momento. Sin embargo, cuando metes algo más que los pies en esas aguas, la cosa cambia. Hablamos de una obra llena de amor al material original, no solo de la Patrulla si no de todos los cómics que podrían rodearla. Una adaptación brillante no solo de un tebeo concreto, sino de un universo de historias, reflejos, sentimientos e ideas.
El precedente inmediato que me viene a la cabeza es Batman y Robin. La película es una de las adaptaciones más fieles que ha tenido un personaje de tebeo a la gran pantalla. Por desgracia para Schumacher y el resto de personas implicadas, el material adaptado llegaba tarde. DC, los fans, la crítica y la mayor parte del público había decidido olvidar al Batman de la Edad de Plata, que había servido de inspiración para la serie de televisión de los 60, y en cuyo espejo se reflejaba la película protagonizada por George Clooney. Los 80, con Frank Miller y El Regreso del Caballero Oscuro, seguidos de La Broma Asesina, el Batman de Burton y, en consecuencia, Batman The Animated Series habían enterrado aquella imagen de un Batman desvergonzada y escandalosamente imaginativo en favor de un tono más oscuro, más mundano, sucio y malhumorado. En ese sentido, Doom Patrol corre el riesgo de seguir el mismo camino, encuadrada en el marco de la DC grimdark que se ha intentado popularizar como alternativa a la desenfadada ficción infantil del MCU.

La Patrulla Condenada no está sola, sin embargo, porque cuenta con el estreno reciente de ¡Shazam!, una cinta contenida dentro de un universo más oscuro y malencarado, pero con una clara vocación de fantasía, divertimento ligero e ilusión infantil. En ambos casos, las obras juegan con productos mucho menos conocidos, populares y potencialmente rentables que Batman, lo que puede significar su salvación. Ni DC, ni la crítica ni la mayor parte del público esperan nada específico de estos personajes, y eso da margen para maniobrar a creadores con ideas nuevas e interesantes. Algo similar a lo que ocurre en los propios tebeos. Sin embargo, ¡Shazam! cuenta con un referente obvio más reciente que Batman y Robin, el Deadpool marvelita de Fox.
La historia editorial de Deadpool guarda semejanzas con la de la Patrulla Condenada. Propiedades revitalizadas por un autor que tomando elementos del personaje original, los utiliza como vehículo para reflexionar sobre los tropos del género y profundizar en las posibilidades creativas del medio más allá de ellos. Tanto Morrison en DC como Kelly en Marvel llevaron a los personajes mucho más lejos de lo que nadie podía esperar en términos de creatividad, profundidad intelectual y sentido del humor. La película de Deadpool, estrenada en 2016, supuso una ruptura con algunas de las normas establecidas en el cine de superhéroes contemporáneo, y su secuela, libre de la necesidad de demostrar nada, es aún más atrevida, rupturista y metatextual de lo que ninguna otra producción podría haber imaginado, quizá desde el Batman y Robin de 1997. ¿La gran diferencia? El público sí estaba preparado para Deadpool en 2016, y las expectativas eran bien distintas. Si Burton no hubiera decidido adaptar la grandilocuencia de La Broma Asesina de Alan Moore en su primera película de Batman, quizá la tentativa de Schumacher hubiera tenido éxito, y estaríamos hablando de un mundo muy diferente a este. Un mundo en el que Doom Patrol no sería un soplo de aire fresco.

Sinceramente, esta es una de las cosas que más me ha sorprendido de la serie, su carácter rupturista, su desbocada imaginación. En un momento en el que leemos a periodistas culturales atacar la falta de riesgos en las producciones Disney-Marvel y celebrando apuestas “diferentes” como The Boys, llama la atención el escasísimo ruido mediático alrededor de una serie que más allá de en lo estético o lo superfluo, supone una enmienda a la mayoría de cosas que damos por hecho en el cine de superhéroes. En ese sentido The Boys, con su (endulzada) sátira anti-corporativa y sus puntuales y timoratos momentos de violencia o sexo, es muchísimo más continuista con los principios marcados por las películas del MCU y el DCEU de lo que lo es Doom Patrol. Resulta mucho menos rupturista incluso que otras aproximaciones como Super de James Gunn o Glass de Shyamalan. La cuestión es que parece obvio que Gunn o Shyamalan han leído muchos más cómics de superhéroes que el periodista de suplemento cultural promedio.
Parte del problema de la serie puede ser, me temo, una cuestión política. Y es que donde la serie de Amazon dulcifica la difusa ideología antisistema de la obra en viñetas, Doom Patrol se lanza a hablar de una serie de temas de los que no estamos acostumbrados a hablar en la ficción superheroica audiovisual. Y lo hace de una forma mucho más sensible y concienciada que películas como Wonder Woman, Capitana Marvel o incluso las series de Netflix como Jessica Jones o Luke Cage. Doom Patrol trata sobre muchos temas, algunos de ellos de plena actualidad, pero hay uno primordial, que permea todo el equipo de personajes principales y que es uno de los elementos indispensables del mismo en sus encarnaciones en papel. Doom Patrol trata sobre la disforia.

No es un tema nuevo en el mercado. Desde La Cosa de los 4F (llevada a su extremo fílmico en las secuencias de suave body-horror de Josh Trank) a los mutantes (como Bestia, Mística y otros mutantes de X Men: Primera Generación) el superpoder como deformación física ha sido un recurrente en el medio, y por supuesto, en sus adaptaciones al cine. Pero en Doom Patrol abandonan lo estético, lo trivial y la necesidad de Jennifer Lawrence de no ponerse maquillaje azul en todas las escenas para utilizarlo como cemento de la serie. Sin embargo, cada personaje lo utiliza de una manera diferente, reacciona a su problema externo de forma distinta en función de sus circunstancias internas, emocionales, psicológicas.
De este modo, tenemos a Jane, un personaje con numerosas personalidades, cada una con un aspecto, atrapadas todas dentro de un mismo cuerpo que al mismo tiempo pertenece a todas y a ninguna. Y tenemos a Larry, doblemente atrapado en la deformidad de su cuerpo quemado (llevado visualmente mucho más allá de lo que Deadpool se ha atrevido a hacer con Ryan Reynolds) y al mismo tiempo, en la presencia de un intruso dentro de su propio cuerpo, una relación parasitaria que se nos va desvelando de forma sorprendente como completamente distinta a lo que imaginábamos. Larry procesa esta dualidad de su propia identidad física y la vergüenza por su aspecto en paralelismo a su doble vida amorosa, como heterosexual y padre de familia y como homosexual reprimido, planteando de forma constante el conflicto entre lo que el “yo” que asumes y perciben los otros y el ente extraño y aterrador que se encuentra en el subconsciente. Los paralelismos no están meramente señalados, son explícitos y forma parte de su arco de personaje.

En otro lado, tenemos a Cliff y a Rita, ambos presos de una deformidad física más sobrenatural si cabe que la de los anteriores pero que es reflejo de sus propias miserias mentales. La deconstrucción de los marcos de una masculinidad tóxica y basada en el éxito inmediato es el camino del héroe que recorre Robotman durante toda la serie, aprendiendo progresivamente a desligarse de aquello que se le ha enseñado que cabe esperar de él pero que le ha conducido a la autodestrucción. Resulta importante destacar que Cliff, el más egoísta, testosterónico, insolidario y reprobable de los personajes es el primero que siente las inclinaciones a la carrera de superhéroe, y eso incita a reflexiones mucho más profundas que el mero juego provocador de superhéroes malas personas o idealistas estúpidos que se tiende a presentar como “deconstrucción” del género de la gente en pijama.
Rita, por su parte, enfrenta el problema de la percepción y la autopercepción, de la validación física y de las necesidades corporales específicas de lo femenino desde su óptica de mujer objeto de deseo, acrecentada por su papel en lo cinematográfico. En ese sentido creo que sobre April Bowlby recae la más dura de las cargas interpretativas de la serie, y no únicamente porque dos de sus compañeros de reparto no muestren su rostro durante la mayor parte del metraje, también porque se enfrenta a mostrar el alma torturada de la cotidianeidad de la hipervigilancia corporal femenina. Todos estos temas están presentes en la serie, como decía, de forma explícita. Se verbalizan, se desarrollan, tiene un punto de arranque y un cierto desenlace (todo lo que permite la serialización televisiva) durante la temporada, y forman el eje principal de la narrativa de Doom Patrol, muy por encima del conflicto superheróico.

Me sorprende que no haya nadie hablando de ello. Que no se comente la cualidad rupturista de un grupo de superhéroes con un 50% de representación femenina, representación queer, racializada y con claras alusiones a la diversidad funcional en múltiples variantes (y en absoluto solo porque uno de sus personajes vaya en silla de ruedas). A la función se une Cyborg, el comodín de DC en los últimos años, que lo mismo sirve para los Teen Titans que para la Liga de la Justicia o para esta Patrulla Condenada con la que comparte la carga del poder-discapacidad y la maldición de la persona atrapada en un cuerpo que le es ajeno. La serie aprieta esas tuercas hasta el final, haciendo que Victor Stone no sea un mero cameo famoso o un gancho promocional de la serie, sino una pieza más en la construcción de un discurso y un pathos grupal que da textura a los 15 capítulos.
Los villanos también aportan en ese sentido, permitiendo ligeras ideas poshumanistas muy apropiadas para el propio Cyborg o Robotman. Seres sin presencia física, mentes colmena, monstruos interdimensionales sin un aspecto físico definido, cucarachas con complejo de mesías,... Dentro del absurdo y lo ridículo de cada némesis se encuentra un desafío a lo corporal, a la normalidad y a lo convencional. No en vano el grupo más temible al que se enfrenta esta Patrulla es la Oficina de la Normalidad, un órgano clandestino del gobierno dedicado a la captura de elementos extraordinarios para su exterminación o su conversión en armas secretas para el ejército estadounidense. En lugar de poner el foco sobre el poder corporativo, Doom Patrol opta por ponerlo sobre los procesos de hegemonía cultural y social y el papel de los gobiernos en su construcción. De forma sutil y algo escasa, sí, pero no más escasa de lo que resulta la crítica anticapitalista de las adaptaciones de The Boys, Watchmen, V de Vendetta y tantos otros.

¿Tiene toda esta carga política algo que ver con la escasa atención que ha recibido la serie? Quizá para algunos es más fácil frivolizar sobre la sátira anti-capitalista de nivel Black Mirror o con la fábula antimilitarista de Watchmen que profundizar en temas tocantes al género, la raza, la identidad sexual o la diversidad funcional a través de la ficción. Probablemente requiera más sensibilidad, más trabajo, y menos lugares comunes de complicidad a medida de nuestro inconformismo de salón. Quizá también obligue a revisar la actitud que tienen otras ficciones que consumimos respecto a esos mismos problemas. Todo esto puede servir para entender parte del silencio alrededor del producto acabado de Doom Patrol. Sin embargo, sorprende que a pesar de ello no se haya hincado el diente a la parte más tierna de la serie, esto es, su implacable sátira a los tropos del género.



Por una parte a través de la metatextualidad, por otra parte gracias a cierta distancia irónica con los “superhéroes de verdad”, Doom Patrol es una constante burla a la ficción superheroica audiovisual tal y como la entendemos. Lo que en Deadpool ocurría en un par de escenas (el famoso aplauso al Aterrizaje Superheróico y una mención velada a la continuidad de los X-Men) aquí se siente en casi cada acción, cada enfrentamiento, cada momento que podría llegar a ser material de blockbuster. Hay parodias para todos los gustos, desde lo más naif (con semejanzas con los tebeos de los 60 en los que nacen algunos de sus personajes) a una angustia existencial y casi nihilista que vuelve sonrojantes los intentos de heroísmo de los personajes. Todo esto en un mundo en el que Batman y Superman conviven con un lugar físico (una calle) con conciencia propia, poderes de teleportación e identidad de género o con un hombre capaz de leer mentes consumiendo pelo de barba.

Probablemente cuanto más imaginativa se vuelve Doom Patrol, más evidencia las carencias de las adaptaciones audiovisuales del cómic. Como ya pasaba en las adaptaciones de personajes de DC de la CW, una vez traspasas la vergüenza de la respetabilidad y abres la puerta a la infinidad de posibilidades y recursos que ofrecen 80 años de historias, los corsés narrativos que se ha autoimpuesto el cine de género te resultan obscenos. Pero a diferencia de casos como la CW, donde esto se transmite en absurdo de ciencia ficción sin límites y con tintes pulp, aquí Doom Patrol lo resuelve de una forma mucho más elegante, dignificando cada uno de sus conceptos y utilizándolos para seguir repensando el medio.
Hay muchísimo más que rascar en Doom Patrol y hay cosas que no me dejaron tan buen sabor de boca. Se podría hablar muchísimo sobre su banda sonora y su montaje, y la forma en que ambas cosas aportan identidad a la serie pero crean cierta discontinuidad entre episodios. Se podría criticar como los ejercicios de metatextualidad tomados de los cómics en ocasiones están adaptados al medio (serie en una plataforma de streaming) y otras veces siguen dependiendo demasiado del medio original, los tebeos. Y hay indudablemente algunos asuntos problemáticos en la serie, especialmente, me temo, en los capítulos donde escritura y dirección recaen en manos masculinas (ojo aquí, esto solo ocurre en un tercio de los 15 episodios de la primera temporada). Pero el conjunto es brillante, es valiente, arriesgado, divertido, comprometido, fiel a sí mismo, honesto, en definitiva, casi me atrevo a decir que necesario. Es una gran serie que, por desgracia, flaquea en sus dos extremos. Probablemente sus capítulos más flojos sean el piloto, con un tono oscuro y edgy mucho más marcado, y su finale, donde los cabos casi atados se enredan todavía más para dar pie a una segunda temporada que, esperamos, mantenga esta buena marcha. Yo, desde luego, no me la quiero perder.