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¿Por qué es tan importante Infinity War?

A mediados de la década de los 90 no había cosa que más me gustase en el mundo que la serie de Spiderman de dibujos que se emitía en Antena 3 en un horario variable a lo largo de la escaleta mañanera del fin de semana. Pisándose habitualmente con mi programación habitual de dibujos (mayoritariamente Disney), las aventuras del Hombre Araña me atrajeron como ninguna otra producción podía hacer. Ya no es que la acción fuera trepidante y la música de su opening fuera un delirio guitarrero, era el inmenso poder de sus personajes lo que la hacía tan atrayente. Mis padres me compraron un Spiderman y un par de villanos (Mysterio y Kraven el Cazador) de la colección de Toy Biz basados en la serie, con los que recuerdo jugar hasta hartarme. También recuerdo que el mayor lujo al que podía aspirar un niño era tener el codiciado Spiderman con el traje negro.

La serie no reunía solo a los mejores villanos del trepamuros, en ocasiones dándoles una dignidad que nunca tuvieron en las páginas de los tebeos, también incluía a un nutrido elenco de secundarios de lujo de otras franquicias. X-Men, el Castigador, Blade, Daredevil o el Dr. Extraño hicieron su aportación a la mitología de 5 temporadas en las que se compuso Spiderman TAS. Su última gran temporada llevaba el concepto de crossover más allá y construía un evento por derecho propio a imagen de las Secret Wars tebeísticas, y aunque su adaptación televisiva era breve y poco sugerente, disparó la imaginación de niños que ya jugábamos con muñecos de Spiderman, los mutantes, Batman y los Power Rangers.

Mi primera relación con los tebeos de Marvel fue a través de Gente Menuda, el semanal infantil del diario ABC. En él se iban incluyendo, de dos en dos, las páginas de diferentes historias de Spiderman. Recuerdo tres que me marcaron especialmente. Una llamada Veneno en el parque (AMS 332) con un aterrador Venom dibujado por Erik Larsen, otra con la aparición de los Hermanos Lobo (puede que el mismo Spectacular Spiderman 143 en el que debutaron) y sobre todo, la muerte de Gwen Stacy, con aquella espectacular splash page de mi héroe sujetando el cuerpo sin vida de la que fuera su amor y aquella última viñeta con MJ cerrando la puerta. Aquellos tebeos me impactaron muchísimo y todavía 20 años después los recuerdo vivamente. Pero también recuerdo páginas del Amazing Spiderman 330, con el Castigador repartiendo plomo de una forma tan espectacular que solo podía pasar en 1990.

Mi primer tebeo de Spidey en propiedad fue El mes de los asistentes, ese número especialmente loco en el que la Tía May se convertía en Heraldo de Galactus mientras cuidaba del hijo de los 4 Fantásticos. Lo encontró mi padre en una librería de viejo y lo leí hasta dejarlo hecho unos zorros. Incluía también la mitad del Marvel Team Up 136, en el que aparecía el Hombre Maravilla. Todo aquello contribuyó a crear en mi mente infantil una idea, una idea tan alocada, disparatada y fantástica que parecía imposible que Marvel llevase explotandola durante 30 años: el crossover de superhéroes.

Llegó el año 2000 y junto a él, X-Men, el primer éxito del moderno cine de superhéroes. Yo había crecido con una vaga conciencia de la existencia de las películas de Batman (recuerdo jugar a Batman Returns en el patio de la guardería, probablemente porque la echaron en la tele y habíamos visto los anuncios) pero aquello era totalmente diferente. No pude verla en el cine porque mis padres no la consideraron apta para mis 9 años, pero la grabaron en VHS un par de años después en una cinta etiquetada, vergonzosamente, como “X-MAN”. Recuerdo verla una tarde, monopolizando la tele a pesar de las quejas de mis hermanas pequeñas, y contener el aliento cuando Lobezno utiliza sus garras para pivotar alrededor de la corona de la Estatua de la Libertad. En 2002 se estrenó Spiderman, la confirmación definitiva de que los superhéroes de Marvel habían llegado a la gran pantalla y a nuestros corazones. Tampoco pude ver Blade 2 en el cine (era un niño demasiado bueno, la mayoría de mis amigos la vieron sin permiso) pero yo ya conocía al cazavampiros de Spiderman TAS, y me gustaba más su encarnación de dibujos animados, que contaba con una espada laser.

Es complicado explicar cómo era tener 11 años en 2002. El año anterior nos había traído Harry Potter y la Piedra Filosofal y La comunidad del anillo, lo que me había tenido todo 2001 leyendo fantasía como un cosaco. Probablemente nada podía competir con el niño mago o Frodo, salvo Spiderman. La fiebre de la telaraña nos poseyó a todos: yo tenía una figura de acción de MJ con un balcón que se desplomaba, como en la escena de la película. También tenía el DVD (ni sé cuántas veces vi la escena del beso en el callejón) y hasta una novelización del guion escrita por Peter David, nada menos, en la que el escritor introducía pequeños guiños a los mutantes, Hulk o a villanos que no aparecían en la película. Planeta-Deagostini sacó unos coleccionables del Spiderman de los 80 (aquellos de la portada roja) que eran una auténtica gozada. Solo en el segundo número aparecía el épico enfrentamiento entre Spidey y Juggernaut, y más adelante aparecerían El Castigador, Capa y Puñal y muchos más héroes y villanos en sus páginas.

Todos sabíamos que aquellos encuentros no podían ocurrir en las películas, pero los imaginamos igual. Y ahí estaban los tebeos para consolarnos. Desde las Secret Wars a Matanza Máxima, ahí podíamos ver a todos nuestros héroes reunidos, juntos, verles interactuar y compartir. Los más osados nos dedicamos al fanfic, los menos raritos, simplemente a leer. Entre los 4 Fantásticos (2005) y el fiasco de Spiderman 3 en 2007 perdimos la fe en el cine y comenzamos a replantearnos todo. Muchos, terminando ya el instituto, dejaron los superhéroes para siempre o se refugiaron en los cantos de sirena presuntamente adultos del Batman de Nolan. Pero entonces, en 2008, ocurrió. En el estreno de El increíble Hulk, en la escena de después de los créditos, aparecía una silueta que todavía entonces no nos era tan familiar, pero que ahora es inconfundible. Y Tony Stark decía que estaba formando un equipo.

Si en 2007 me lo hubieran contado no lo habría creído. Si me lo hubieran contado en 2002 me hubiera parecido tan obviamente falso que ni me hubiera molestado en discutirlo. Y probablemente en 1996 me hubiera parecido una gran idea, pero tenía 6 años y no se me podría culpar por ser un poco crédulo. En 2012 Vengadores sería una realidad y la Fase 1 del Universo Cinematográfico Marvel, con sus tropiezos, sus complejos y timideces hacía historia. Nos traía el crossover cinematográfico definitivo (creíamos) después de década y media de consolarnos con el crossover televisivo. Y en aquel momento que nos parecía redondo y (a muchos) perfecto, Marvel nos enseñó otra zanahoria. No sé cuántas veces tuve que explicar esa escena post-créditos durante el año siguiente, pero cada vez lo hacía con el mismo entusiasmo que la primera.

Nací para Abril de 2018. Nací para ver el cartel de Infinity War. Y tras el año en el que hemos tenido una triunfal película de Star Wars, probablemente nada podía competir con Han Solo o Rey, salvo Spiderman. No se trata solo de que esta película es el crossover con el que llevo soñando y jugando en mi cuarto desde niño, ni que sea mi tebeo preferido por leer. No consiste en la calidad de las películas que nos han traído hasta aquí (aunque indudablemente sea un factor). Infinity War es la culminación de un proceso de formación como persona que comenzó frente a la televisión las mañanas de los fines de semana a mediados de los 90, que continuó su andadura por los suelos pegajosos de los multicines de principios de siglo, que maduró sentado ante una Play Station 2 o una X-Box 360 jugando a Marvel vs. Capcom y que ahora, con casi 28 tacos, se va a sentar a ver una película como si tuviera otra vez 6 años. Y esa ilusión, perdonad si me he puesto intenso, no os la puedo explicar mejor.